El alzamiento militar que
daría paso a una sagrienta guerra civil de casi tres años de duración, se
inició en Melilla el 17 de julio de 1936. Ese día los militares más
conservadores del Ejército se levantaron contra el gobierno de la República.
Para su planificación fue necesaria la connivencia de grupod de presión
político-económicos, así como la colaboración del Ejército.
El alzamiento comenzó antes
de lo planeado en Melilla. En la mañana del día 17 los
oficiales insurrectos se reunieron en la sala de cartografía del Cuartel
General. El Coronel Juan Seguí, encargado de dirigir la operación desde
allí comunicó las órdenes que le había remitido el General Mola. La
sublevación comenzaría a las 5 de la mañana del día 18 de julio. Se trazaron
los planes sobre como ocupar los principales edificios públicos de la ciudad y
se comunicaron estos planes a los principales jefes de la Falange para que
estuvieran preparados. Allí surgió un hecho que precipitaría todos los
acontecimientos. Uno de estos líderes de la Falange, Álvaro González,
comunicó las intenciones de los militares a los dirigentes republicanos,
quienes a su vez se lo comunicaron al General de Brigada Romerales.
En el momento que los militares abandonaron la sala de cartografía, el General Romerales ordenó al Teniente Zaro, esperar a que los militares regresaran de nuevo a la sala de cartografía para rodear el edifico y detenerles.
Cuando el Teniente Zaro entró en la Sala para llevar a cabo la detención la situación era irremediable. El alzamiento se había adelantado.
Uno de los militares allí presentes, el Coronel Darío Gazapo, telefoneó a la unidad de la Legión Extranjera para que se presentara allí inmediatamente. Ante tal situación el Teniente Zaro, sabedor que no tenía nada que hacer contra la Legión, se rindió en aquel mismo instante ante los militares sublevados. La primera intentona de frenar el Alzamiento había fracasado. Después de esto el Coronel Juan Seguí, como oficial al mando, y en nombre del General Franco, se dirigió al despacho del General de Brigada Romerales pistola en mano. Dentro del despacho ya se estaba produciendo un altercado entre los oficiales de Romerales. Unos le decían que se rindiera ante esta situación y otros, todo lo contrario, que arrestara a los insurgentes. En ese momento de indecisión de Romerales, Juan Seguí entró en el despacho y le apuntó directamente, obligándole a rendirse.
En el momento que los militares abandonaron la sala de cartografía, el General Romerales ordenó al Teniente Zaro, esperar a que los militares regresaran de nuevo a la sala de cartografía para rodear el edifico y detenerles.
Cuando el Teniente Zaro entró en la Sala para llevar a cabo la detención la situación era irremediable. El alzamiento se había adelantado.
Uno de los militares allí presentes, el Coronel Darío Gazapo, telefoneó a la unidad de la Legión Extranjera para que se presentara allí inmediatamente. Ante tal situación el Teniente Zaro, sabedor que no tenía nada que hacer contra la Legión, se rindió en aquel mismo instante ante los militares sublevados. La primera intentona de frenar el Alzamiento había fracasado. Después de esto el Coronel Juan Seguí, como oficial al mando, y en nombre del General Franco, se dirigió al despacho del General de Brigada Romerales pistola en mano. Dentro del despacho ya se estaba produciendo un altercado entre los oficiales de Romerales. Unos le decían que se rindiera ante esta situación y otros, todo lo contrario, que arrestara a los insurgentes. En ese momento de indecisión de Romerales, Juan Seguí entró en el despacho y le apuntó directamente, obligándole a rendirse.
Habiéndose hecho con el poder del Cuartel General de
Melilla los militares decretaron el Estado de Guerra del ejército y según los
planes acordados en la sala de Cartografía, ocuparon los edificios públicos en
nombre del General Franco, pese a que este todavía se encontraba en las Islas
Canarias, cerraron todos los centros de gobierno y detuvieron a todos los
dirigentes republicanos.
Según algunos historiadores, el
citado general concedió cierta flexibilidad a los destacamentos de las demás
provincias para que cada cual eligiera según las circunstancias la fecha y la
hora en la que podían divulgar el bando de guerra. Otros autores sostienen que
la dispersión de fechas fue consecuencia de cierta incompetencia por parte de
los sublevados.
De modo inmediato se extendió a Tetuán y a Ceuta
donde el corone Juan Yagüe se
apoderó de la ciudad sin disparar un solo tiro. Prácticamente todo el Marruecos
español estaba en manos de los rebeldes antes de que Franco, procedente de
las Canarias, se pusiera al mando de las tropas sublevadas.
Al día siguiente, el 18 de
julio, el levantamiento se extendió a territorio peninsular, y su fracaso
desembocó en la Guerra Civil.
Sin embargo, un enigmático suceso, que a día de hoy despierta múltiples incógnitas, fue el que permitió a Franco viajar desde Tenerife (dónde se encontraba confinado, por orden del Gobierno de la República) a Gran Canaria; este hecho fue la muerte del General
Balmes.
El africanista Amado
Balmes Alonso, comandante militar de la plaza de Las Palmas, fallecía de un
tiro en el estómago, cuando manipulaba su propia arma. Este rocambolesco suceso
permitió al Comandante militar de Canarias, Francisco Franco, trasladarse desde
Tenerife a Gran Canaria.
Este hecho, siempre quedó para la historiografía,
tanto de un bando como de otro, que su muerte permitió al comandante militar de
Canarias, futuro dictador trasladarse desde Tenerife a Gran Canaria con el objetivo aparente de presidir las exequias de su compañero.El «Dragon Rapide» lo esperaba en Gando para
trasladarlo a Marruecos y ponerse al mando de las tropas alzadas. ¿Fue
accidental la muerte de Balmes o fue un crimen para dejar expedito el paso a la
sublevación? (Ángel Viñas: La conspiración del Genral Franco, Crítica. 2011)